Parece que fue hace una eternidad.
19 de junio de 2006 en otra ciudad con otra chica. Al escribir esto caigo en la cuenta de que también yo era otro.
Estoy en el salón de su casa viendo la tele. Sobremesa de fútbol mundialista, España-Tunez en la tele. Ella se acurruca a mi lado en el sofá, medio dormida. Fijo mi atención en el partido. No recuerdo si era o no interesante. No recuerdo aquel día por el partido.
Siento su mano distraída sobre mi entrepierna. Hijaputa. Sabía como raccionar el sexo para tenerme cachondo 24 horas al día, siempre de guardia. Hacía conmigo lo que quería, era una hechicera encantadora.
Me acaricia negligente por encima del pantalón y apenas me roza ya la tengo tan dura que me duele. La deseo tanto... pero ya os he prevenido, ella sabe dosificar mi droga.
Baja despacio la cremallera y creo que me vuelvo loco. Yo mismo me bajo los pantalones y dejo a la vista mi rabo, inflamado y palpitante. Quiero desnudarla, contemplar sus tremendas tetas, arrancarle las bragas, follar allí mismo. Pero no, claro.
Con un gesto me indica que me quede donde estoy, sentado en el sofá ante la tele.
Lentamente se arrodilla ante mí, entre mis piernas. Tiene ese algo indefinible en la mirada. Un punto de locura y deseo.
Cogiendo mi polla con una mano comienza a chuparla con ganas. Al principio lamiéndola nada más, para ir metiéndosela en la boca poco a poco, succionando y lamiendo ruidosamente. Estoy en el cielo, las manos apoyadas en el sofá y la cabeza echada hacia atrás. Me abandono y disfruto. Experta chupadora de pollas. Cuantas veces he fantaseado con reeditar aquello...
Ahora vuelvo a mirar la tele, sin verla, pero fingiendo que me interesa mucho el partido. De rodillas y entre mis piernas ella continúa mamando incansable mientras yo me finjo indiferente, la mirada perdida al frente.
Me da mucho morbo la situación. Pareciera que ella es mi esclava, un objeto de usar y tirar que utilizo para procurarme un poco de placer mientras veo el partido. Pobre ingenuo. El esclavo soy yo, solo que aún no me he dado cuenta.
Ella sigue lamiendo, mi rabo completamente babeante de saliva y leche preseminal. Me fijo en sus tetas. Con el movimiento de su cabeza botan arriba y abajo ceñidas dentro de la camiseta, sus pezones duros arañan desesperados el algodón. Más de lo que puedo soportar.
En ese momento oímos que llega alguien a casa. Una de sus compañeras. ¡Cojones, que oportuna! Recomponemos el panorama y me preparo mentalmente para una segunda parte en su cuarto. Aunque el encanto ya está roto.
Al correr de los cuatro años que han pasado no he podido olvidar aquella tarde de junio. Y no creo que la olvide jamás.
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